miércoles, 20 de febrero de 2013

Jinetes en la tormenta



1.      Un zumbido en los oídos hace que me despierte cuando aún está oscuro. Me levanto con cuidado tanteando la cama y las paredes hasta dar con el interruptor. Luego la habitación se ilumina levemente con la luz ámbar de las lámparas sobre la cabecera.
2.   Me asomo por la ventana y veo caer un rayo, cuento los segundos que tardo en escuchar el sonido del trueno y calculo cuánto tiempo le tomará a la tormenta llegar hasta este motel.
3.      Volteo a ver la cama, las dos negras siguen ahí dormidas, aún perfumadas en whisky. El color de su piel y las sábanas, forman una especie de yin yang surrealista que no carece de belleza. Seguro que aún quedan restos de cocaína en los hoyuelos de sus caderas.
4.    Ayer crucé la frontera. Por la noche, iluminadas con los pálidos destellos del televisor, estas dos mujeres hicieron realidad mis postergadas fantasías, hasta el punto en que dije con sinceridad que ya podía morir en paz.
5.    Miro nuevamente por la ventana. La tormenta ha llegado, pero las gotas de lluvia se evaporan antes de tocar la arena del desierto. El sonido de los truenos aumenta su intensidad conforme los rayos se clavan en la Tierra. El golpeteo rítmico del viento sobre la ventana me recuerda el galope de los caballos. Pienso en los jinetes que vienen en camino y tarareo una canción que ambientaría perfectamente este momento.
6.      El amanecer es más bien una muralla de fuego sobre el horizonte, que arrasa todo a su paso conforme cae cada segundo y una mancha carmesí se extiende entre las nubes como la sangre de un suicida en la tina de baño. Aire, agua, tierra y fuego. Los cuatro elementos reunidos mirándonos hacia abajo, contemplando nuestro final.
7.    Tocan a la puerta una vez, no creo que sea el encargado del motel, ni el chulo de las negras. Las chicas se estremecen y se envuelven en las sábanas buscando protegerse. Un horror ancestral encerrado en su inconsciente les ha sido revelado en sus sueños.
8.     Al segundo golpe en la puerta recuerdo cómo se reflejaba mi verdadero rostro en los ojos negros de mi esposa. Entonces me alegro de que la profecía se haya cumplido, para morir sin remordimientos.
9.    Al tercer golpe dibujo una cruz invertida en la ventana, en un acto patético de falsa rebeldía. No puedo evitar sonreir .
10.   Al cuarto golpe apunto a mi sien con mi dedo índice y jalo un gatillo imaginario mientras pienso que también hubiera sido bueno comprar un arma y no darle esta satisfacción al Universo. 

miércoles, 23 de enero de 2013

Señorita, por favor...

A los quince años escuchaba con la misma atención con que escuchaba a mi padre darme consejos (es decir sin la menor intención de hacer caso) a Sabina cantar “Pastillas para no soñar”. Tal vez en algunas cosas si obedecí por mera conveniencia. Pero hoy, diecisiete años después busco en donde surtir esa receta y no precisamente porque quiera vivir cien años. 
 Los tiempos han cambiado, ahora ya no es tan común esperar con patética desesperación una llamada sentado en la sala, ahora todo es un código binario viajando por el espacio. Pero aún así, esos dígitos calientan, duelen y me hacen recordar lo negro de tus ojos y lo blanco de tu piel. Y vuelvo a aquella noche, cuando fingías llorar porque creías que te abandonaría en ese restaurante tan extraño, mientras iba a llamar por teléfono a mi mujer y nos vuelvo a ver cuando caminábamos perdidos por calles sin nombre, abrazados, muertos de risa y de frío. 
Hace apenas un par de días desperté con un humor de perros, el sueño que tuve me perturbó. Soñé que veía a una mujer joven siendo violada por varios tipos, algo muy grotesco: lenguas, puños y penes entrando por su vagina; yo tuve miedo, pero finalmente vencí mi temor y me abalancé contra aquellos hombres. Luego todo fue confuso. Había risas y gritos. La mujer me reclamaba. Había interrumpido la filmación de una película porno. En fin, ese día me sentía fatal y un dolor en algún lugar del pecho que no logro precisar me cortaba la respiración. Sabía cual iba a ser la cura y lo confirmé cuando vi tu nombre parpadeando en la pantalla de mi teléfono. Los símbolos que me enviabas aliviaban mi espíritu atormentado. 
 ¿Cuánto tiempo se necesitaba para conocerte? ¿Cuánto para comenzar a quererte? ¿Cuánto más para poder olvidarte? Yo aquí, lejos de todo, lejos de ti, mientras el sol me quema y voyvengo por los mismos caminos dejando tras de mi una nube espesa de polvo, imagino que voy tras tus pasos y te acompaño de arriba a abajo por las calles de Guanajuato y escucho la música que te hace bailar y veo la baratijas que compras y veo a los hombres que abrazas y besas. Y me pongo triste al ver como poco a poco éste vórtice va devorando al desierto y todo lo que en él habita; mientras en el tocacintas suena una canción que no habla de ti pero hace que te recuerde a cada verso. 
Tengo la certeza de que así como agradecí cada una de los vueltas del tornillo-destino que me hicieron llegar a ti para poder besar tus hombros hasta que la luz del sol entró por mi ventana e iluminó tu cuerpo adornando mi cama matrimonial; así maldeciré el instante en que fui por ti, cuando te vi surgir de entre las alas de viejos buitres que intentaban levantar el vuelo. Yo aquí -en medio de la nada, haciendo un esfuerzo por exorcizarme escribiendo esta confesión, mientras tu ríes y bailas, besas y vives mientras mi teléfono gira sobre su eje y en su pantalla, tu nombre, tu nombre brillando como la primera estrella de la noche en el cielo- escucho con atención la voz del viejo Sabina que me dice: “dile a esa chica que no joda más”.